Aquella tarde de invierno del 88 te avisaban de mi venida; yo –en mi ignorancia- lloraba sin saber dónde me adentraba. Hoy, febrero del 14, me cuentan que te marchas, que nos dejas, que casi te has ido. Hoy eres tú quien ronda los umbrales del misterio. Soy yo quien, entre lágrimas de adulto, agradezco tu presencia y trato de soñar para ti el mejor de los futuros, aunque sea ya al otro lado del tiempo, donde sólo quedan el amor y las caricias dadas de formas tan diversas: las caricias de las mañanas de fútbol, las aventuras en el parque, los bollycaos a la salida de la escuela y las comidas de los jueves con Mikel y la abuela. Siempre trataste de ser fuerte, tal vez por eso quisiste desde el principio que tus nietos no te llamásemos abuelo, sino Quique. Yo, ahora, mientras voy despidiéndome de ti, mientras te siento frágil y viejo, te llamo abuelo. No sé dónde vas, dónde entras, dónde naces, pero pido a Dios por todo lo que nos dejas: una vida de la que seguir aprendie...
Un espacio de reflexión que incluye opiniones, pensamientos, reflexiones, certezas y creencias que no tienen por qué ser ciertas, pero que son mías. Soy misionero. Soy cura. Intento creer...