La joven empresaria acabó el dulce y apuró la taza. No le gustaba viajar, le molestaba tener que estar sola. Hacía dos meses que lo había dejado con su último novio, y le atemorizaba tener que ir a ningún sitio. Pasó la servilleta por sus labios, la dobló cuidadosamente y la colocó bajo el vacío recipiente antes lleno de un aromático té marroquí. Ella siempre soñó ser un papel lanzado al aire, libre y con un mensaje liberador, pero se descubría como aquella servilleta; se sentía utilizada, controlada, encerrada, aplastada. No se permitió llorar. Dirigió una tosca mirada al camarero y, con un leve movimiento de manos, le hizo saber que había terminado. El camarero retiró la taza y el plato. Entonces se acercó a ella y la miró. La empresaria triste esperaba que él preguntase algo. Si lo hubiera hecho, ella habría dado una respuesta esquiva y fría, pero no fue así. Él tan sólo la miraba, haciéndole entrar en un ámbito de confianza. Tenían muchas cosas en común. Sus vida...
Un espacio de reflexión que incluye opiniones, pensamientos, reflexiones, certezas y creencias que no tienen por qué ser ciertas, pero que son mías. Soy misionero. Soy cura. Intento creer...