Existen muchos tipos de silencios, el carente de ilusión y el inundado de paz, el que experimento cuando camino entre una gran multitud o cuando decenas de pies recorren con los míos un túnel durante una carrera. El silencio del detenido, el silencio con el que se defiende el tímido de la acusación de ser él mismo. El silencio de los violentamente silenciados y el de quienes se cansaron de gritar en vano.
Entre todos ellos, existe un silencio más intenso y profundo: el que brota de una mirada cargada de dolor, que no admite palabras pero sí una mano tendida. Es un silencio lleno de realidad, que sobrecoge y asusta; un silencio envuelto en una oscuridad luminosa, atravesado por una luz oscura, y también por un ruido: el ruido de la esperanza.
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