La joven empresaria acabó el dulce y apuró la taza. No le gustaba viajar, le molestaba tener que estar sola. Hacía dos meses que lo había dejado con su último novio, y le atemorizaba tener que ir a ningún sitio.
Pasó la servilleta por sus labios, la dobló cuidadosamente y la colocó bajo el vacío recipiente antes lleno de un aromático té marroquí. Ella siempre soñó ser un papel lanzado al aire, libre y con un mensaje liberador, pero se descubría como aquella servilleta; se sentía utilizada, controlada, encerrada, aplastada.
No se permitió llorar. Dirigió una tosca mirada al camarero y, con un leve movimiento de manos, le hizo saber que había terminado. El camarero retiró la taza y el plato. Entonces se acercó a ella y la miró.
La empresaria triste esperaba que él preguntase algo. Si lo hubiera hecho, ella habría dado una respuesta esquiva y fría, pero no fue así. Él tan sólo la miraba, haciéndole entrar en un ámbito de confianza.
Tenían muchas cosas en común. Sus vidas estaban en la cafetería de aquel tren, no tenían nada fuera, no recordaban cuánto llevaban allí, cuándo habían subido. Nadie les esperaba, y no iban a ningún sitio. En silencio compartieron una copa, pero no pudieron compartir una sonrisa.
-¿Cuándo dejaremos el túnel? -dijo al fin ella.
-Es imposible -respondió él pausadamente mientras contemplaba el negro cristal en que la joven apoyaba su hombro- ¿No lo notas? El cristal está caliente: hay luz ahí fuera.
La joven dirigió sus ojos al opaco cristal, absorta, confundida. Se levantó y volvió a su asiento. Desde aquel día, nunca quiso mirar al otro lado. Cada día se acercaba a la cafetería, tomaba un dulce y un té; también una copa. El camarero la miraba, también ella, pero jamás volvieron a hacerse preguntas por miedo a encontrar respuestas. Nunca bajaron, porque no hubo pasajeros que quisieran bajar. Nunca vieron desde fuera el tren del sinsentido, el tren de ventanas oscuras, el tren que no era tren, sino barco. Barco movido por miles de fuertes esclavos. Esclavos que no eran esclavos. Ellos tenían un pasado y un futuro, y en el cansancio de las intensas jornadas, compartían el pan y contaban historias. Esperaban una gran ola que rompiera los cristales y diera la vuelta al estado de las cosas.
Me encanta el tren sin sentido! cómo bajarse...qué difícil, qué difícil que venga una ola...
ResponderEliminarYo solo llevo un cartel en la cabeza que dice: soy cristiana, con mis fallos, y mi plan es este, sorpréndeme...lo mismo alguien me hace bajar del tren.
jajaja. Muchas gracias Adriana por comentar. Sí que es difícil, pero al menos lo consideramos como opción...
ResponderEliminarUn saludo!
muy bueno, completamente borgiano
ResponderEliminarni termino de entender ni me acaba de gustar la ultima parte, si es que estos cuentos se pueden entender:
El camarero la miraba, también ella, pero jamás volvieron a hacerse preguntas por miedo a encontrar respuestas. Nunca bajaron, porque no hubo pasajeros que quisieran bajar. Nunca vieron desde fuera el tren del sinsentido, el tren de ventanas oscuras, el tren que no era tren, sino barco. Barco movido por miles de fuertes esclavos. Esclavos que no eran esclavos. Ellos tenían un pasado y un futuro, y en el cansancio de las intensas jornadas, compartían el pan y contaban historias. Esperaban una gran ola que rompiera los cristales y diera la vuelta al estado de las cosas.
Creo que no está a la altura del resto y necesita un final abierto o cerrado pero sorprendente
Por cierto no has contestado a la propaganda esa que te mande de los curas fachosos
Muchas gracias Eliseo. Acepto tu consideración sobre el final. El problema es que cuando escribo algo me es fácil modificarlo un poco, pero no cambiarlo... jajaj. Y tampoco hago el esfuerzo! En fin, gracias ilustrado lector.
ResponderEliminarLo de la propaganda... o no la he visto o no la recuerdo!
joer lo de la propaganda contra los curas que te pedí datos, te lo mande a ti y a tu hermano. No te digo que lo modifiques todo solo que no esta a la altura del resto. Luego voy a intentar modificarlo yo (un juego). Y dejate de guasa con lo de ilustrado, nos vemos en la boda
ResponderEliminarSigo sin recordar. No lo puedo evitar. Tú juega sin miedo. Nos vemos en la boda!
EliminarLa verdad, es verdad que no se entiende del todo, pero la literatura, las letras son así, y en eso está la gracia. Quién escribe transmite, y se puede captar algo, poco o mucho. Y quién lee puede entender o no, pero siempre le quedará la imaginación para volar y divagar: en el túnel o a plena luz, en el barco o sobre raíles, esclavos o libres, café o té. Y en todo caso, siempre nos quedará el encontrar un sentido.
ResponderEliminarAsí debe ser. Qué te voy yo a decir. Qué se yo
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