Don Marcelo era un tipo oscuro. Tosco en las formas y lúgubre en los afectos. Más tímido que mujeriego, y profundamente sabio. De esos sabios que callan casi siempre, y usan tan sólo la palabra para enriquecer con matices sus silencios. Trabajó cuarenta años en un periódico local de la ciudad de Buenos Aires. No le vieron por la oficina en más de quince ocasiones, aunque sí se dejaba ver tomando café en el restorán de la 9 de julio. Cuando niño, su tío le regaló una pluma y le dejó en herencia una historia truncada. Con ellas, poco tiempo después, se alzó en el concurso de narrativa joven de la provincia. El plumita Marcelo tenía un don para contar, para decir, así que su mamá reunió algo de plata y le sacó la matrícula en la academia "Nuevas Artes". Allí no le enseñaron a escribir, sino que le invitaron a leer. Y creció leyendo libros y calles, rostros y aceras. Día tras día, la prensa mostraba las palabras con las que plumita Marcelo leía el mundo -hacié...
Un espacio de reflexión que incluye opiniones, pensamientos, reflexiones, certezas y creencias que no tienen por qué ser ciertas, pero que son mías. Soy misionero. Soy cura. Intento creer...