Don Marcelo era un tipo oscuro. Tosco en las formas y lúgubre en los afectos. Más tímido que mujeriego, y profundamente sabio. De esos sabios que callan casi siempre, y usan tan sólo la palabra para enriquecer con matices sus silencios.
Trabajó cuarenta años en un periódico local de la ciudad de Buenos Aires. No le vieron por la oficina en más de quince ocasiones, aunque sí se dejaba ver tomando café en el restorán de la 9 de julio.
Cuando niño, su tío le regaló una pluma y le dejó en herencia una historia truncada. Con ellas, poco tiempo después, se alzó en el concurso de narrativa joven de la provincia. El plumita Marcelo tenía un don para contar, para decir, así que su mamá reunió algo de plata y le sacó la matrícula en la academia "Nuevas Artes". Allí no le enseñaron a escribir, sino que le invitaron a leer. Y creció leyendo libros y calles, rostros y aceras.
Día tras día, la prensa mostraba las palabras con las que plumita Marcelo leía el mundo -haciéndolo más suyo-. Día tras día -por cuarenta años-, empleados de banca, viudas y maestros pasaban las páginas del periódico para escribir sus vidas sobre las palabras leídas de Marcelo.
Paradojas de las letras, escribir es leer la vida y las cosas, y leer es escribir lo que somos con palabras prestadas de otros.
30 de abril de 1977,
primera manifestación
de las madres de la plaza de Mayo,
Buenos Aires, Argentina.
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