Cada cierto tiempo alguien me dice: Martín, ¿ya no publicas lo que escribes, o es que has dejado de escribir?
No tengo respuesta. O sí. A veces uno tiene necesidad de vivir, y a veces de pensar lo vivido. Y este tiempo, quizá, he estado ocupado. O perdido. O enfocado. O distraído. Qué más da. Hoy escribo para ti, así que prefiero no desvelarte lo que es mío. Necesito que antes recuperemos la confianza.
Han pasado dos años. Dos años desde la última vez. Enero de 2020. Y me enfrento a ti, lector, y a mí mismo, con el pudor de dos antiguos amigos que, compartiendo mesa en la boda de un pariente lejano, se observan, como tratando de descifrar los restos de un pasado compartido, las marcas de tropezones en la cancha, pedradas en el parque, estrellas en el alma.
-¿En serio eres tú?- nos preguntamos sin apenas decir.
Todo ha cambiado. Todos hemos cambiado. Te miro, mientras suena la música. Te miro y no sé quién soy.
-¿Qué tal te fue la guerra? -pregunto. Poco después me arrepiento. No sé de qué bando eres. Cómo se me ocurre preguntar por la guerra. ¿Acaso he olvidado lo poco que duró la unidad inicial?
-Una mierda -confiesas mientras te bajas la mascarilla sutilmente. Entonces sonríes, como quien llora. Y yo lloro, como quien sonríe.
-Resistiremos -te digo forzando la entonación, parodiando el canto que pareció himno nacional, y que duró lo que una canción del verano.
-Yo no quiero resistir, joder -reprochas al viento-. Ahora que podemos hacer todo lo que nos prohibieron de repente, ahora que empezaba a tomar el Covid a broma, ahora que me importa un carajo contagiarme, resulta que me noto como raro. ¿Cómo vamos a recobrar la confianza que nos teníamos? La complicidad entre tú y yo, entre el mundo y nosotros, entre el tiempo y la historia, se nos resquebrajó.
-Ven. No te preocupes. No pienses más. El Covid ya ha pasado. Sé cómo salir de esta. Esta misma tarde ponemos la tele y nos compramos una bandera.
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