Elevando sueños no conseguiremos
superar sus muros, pero sí les haremos sentir miedo, y levantarán aún más sus
vallas.
Y cuando todo parezca ya perdido,
cuando por encima de las tapias no se divisen el sol, la luz ni el cielo,
entonces nuestros sueños se alzarán una vez más, y el miedo y la altura,
paradójicamente, las harán caer.
Ese día nuestros anhelos, al fin,
volarán, y nosotros, los que un día elevamos sueños, seremos llevados por ellos
–soñaba Hakim aquella tarde de julio, sentado a catorce kilómetros del sur de
España, con el Estrecho como destino fatal y Europa como horizonte.
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