Somos las
personas seres en constante proyección, animales ficticios. Tenemos la
habilidad extraña de vivir en lo que todavía no somos, aunque para ello debamos
olvidar lo que sí fuimos: pasado, historia, carne, infancia.
Y es por
ello que tememos la muerte, porque ella pone límite a la ficción, y porque no
sabemos refugiar el corazón en el agradecimiento que brota –espontáneo- cuando
descubrimos la realidad mayor, la ficción suprema: el día anterior al día en
que, ¡por fin!, fuimos…
(Recordando a un amigo y su enfermedad...)
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