Actualmente, descubrimos en nuestro país un acalorado y
recurrente debate sobre la libertad de expresión. Cada polémica nueva es una
ocasión para renovar el odio y las disputas, a base tantas veces de prejuicios
y malas intenciones.
Reconozco que me preocupa, me preocupa mucho, y cada vez
más. Me preocupa porque, más allá de cada hecho concreto, percibo una
incapacidad creciente para elaborar juicios morales libres, para alcanzar
opiniones fundadas y para expresarlas serenamente.
No sólo eso. Cuando alguien expresa una opinión personal,
con respeto y con una base moral que merecería poco menos que un aplauso, no
tarda en ser manipulado. Los que se creen cerca de él, aprovechan su figura
para dotarse de argumentos que, lo reconozcan o no, les faltan. Quienes se
creen lejos, no tardan tampoco en encasillar su figura, en tirar de hemeroteca
o simplemente, cuando esta es pobre, en recurrir al insulto, la confusión o el
desprestigio irrefrenable de la mentira.
Me preocupa sinceramente. Ayer fue la última, a propósito de
la condena a Casandra, una chica que no conozco, que no sé qué piensa, y que
imagino que no será ni el diablo ni una santa moderna. Será regular. Será como
yo. No es un privilegio que le concedo. Hace tiempo mi padre me enseñó a
suavizar disputas afirmando que nadie es perfecto y todos somos regulares. Yo
elegí creerle. También me lo concedo a mí, a ti, y a mis enemigos personales.
Tampoco es relativismo, sino adecuación a lo humano, tan capaz de todo. Aún
más, se trata de la fe sedimentada en mí.
Una reflexión seria supondría reconocer diversos ámbitos de
verdad: la verdad jurídica, la verdad legal, la verdad política, la verdad de
la conciencia, la verdad moral, la verdad religiosa, etc. Hay quien discrepa a
propósito de ser poder ser condenado por el contenido de unos tweets: eso no
les convierte en terroristas o delincuentes. Hay quien imagina que la tal
Casandra busca fama o, sencillamente, manifiesta una inmoralidad arraigada,
pero eso no la convierte en inocente ni en delicuente (eo ipso, per se, al
instante). Hay quien cree que se trata de elegir bando y habla de la cuneta o
de su abuelo; otros recuerdan los muros de fusilamiento o las guerras de
guerrillas. Demasiados, por cierto, coinciden en alimentar los odios y en
confundirlo todo.
Me preocupa la situación. Por eso me invito, e invito a
todos, a distinguir antes de realizar una elección: distinguir entre moralidad
y ley, entre libertad y bondad, entre justicia y odio. Y todo, sin olvidar que
la verdad que percibimos se parece demasiado a la verdad que los medios nos
regalan.
Mi opinión personal es bien simple, y en dos momentos. Por
un lado, considero como probable que la ley (o la aplicación de la misma)
resulte excesiva. Acepto la posibilidad de estar errado, respeto profundamente a quienes consideren lo contrario, y considero por eso necesario
un diálogo serio, sereno y libre. No sólo a base de tweets o gritos
parlamentarios. También en nuestra calle, con la gente que piensa como
nosotros, o que piensa de otro modo.
Por otro lado, percibo que olvidamos que hay en todos
nosotros una capacidad que supera toda ley, esta es, la de dejar al tonto ser
tonto y no seguir el juego a chistes que no hacen reír a nadie. ¿Acaso combatirías
la inmadurez de tu hijo de 3 años con pleitos y palos? A veces hay que dejar a
los tontos decir tonterías, e incluso guardar un espacio para las nuestras. Mejor
eso que andar buscando piedras que alguien tiró al aire para poner allí la cabeza.
Por cierto, me olvidaba de una capacidad más. Me da vergüenza
decirlo. Tal vez muchos no me crean o se burlen de mí… Pero sí, también somos
capaces de construir la paz, con el respeto…
PD: te pido que no me encasilles, que no me juzgues, que no
me hagas caso si no quieres. Pero, sobre todo, esfuérzate por pensar más y
mejor, por tu cuenta, sin dejar que te lleve ninguna marea… Y, por favor, no
alimentes el odio.
Comentarios
Publicar un comentario