¿Dónde está la rabia, Señor, que un día albergó mi corazón, al contemplar la injusticia? ¿Dónde se esconden la firmeza y la furia de reconocerme al menos capaz de gritar que nuestro mundo deja morir sin piedad a los pobres? ¿Será que consumí tantos Ayllanes que ya ninguno me sorprende ni escandaliza? ¿Será que me cansé de pedir a Dios un alma sensible? ¿Será que no me importan, que nunca me importaron los que cruzan el mar? ¿Será que me desentendí de todos y de todo? ¿Será que me engañaron haciéndome pensar que nada podía cambiar, y mi corazón se apagó? ¿Será que me quedé encerrado en un bucle ruinoso de horarios y tareas? ¿Será que la guerra entre el egoismo y la justicia esperanzada se libró con derrota dentro de mi, mientras la que acontece fuera afronta sus últimas batallas? ¿Será que la peligrosa humildad de saber que no tengo demasiado poder en mi mano acabó por llevarme a la rendición? ¿Será que la falta de fe mutiló mis brazos, y permanezco ahora, sentado, incapaz de abrazar y de pedir que al menos sean otros quienes abran sus brazos?
No soy la voz de quienes no tienen voz. No me han pedido que hable. No sabría qué decir. Sólo soy parte de un mundo al que le cuesta abrazar. Y es que abrazar es morir un poco, compartiendo dolor, esperanza, clavos y cruz...
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