Hace dos semanas la luz de la entrada del baño comenzó a parpadear. Es cierto que en un principio me alegró el recuerdo de esos focos cegadores de las discotecas pasadas. Bueno, sé que eso último es raro, pero hay algo normal en esta historia: también me acordé de Einstein con su teoría de la dualidad onda-partícula del haz de luz. Pero la tercera razón-recuerdo que yo esperaba nunca llegó, y consideré más oportuno tratar de mantener esa luz apagada hasta nueva orden. Tras muchos esfuerzos, el porcentaje de encendidos es ya inferior al 50%, lo cual hace que el baño deje de ser para mí una fuente de enfados constantes y se convierta de nuevo en un lugar relativamente apacible. De momento, no habrá nuevas ordenes en lo referente a la reposición lumínica.
La semana pasada, el martes, fue mi oído el que sufrió gravemente al dispararse la alarma del ambulatorio. El incidente afectó a bastantes personas, las cuales reaccionaron con multitud de actuaciones: quejas, manos a los oídos, búsqueda de lugares alejados de los altavoces, miradas fulminantes a los posibles responsables de tales estruendos, etc. Nadie pensó en la posibilidad de un incendio.
Desde anoche, cerca de casa, otra sirena no ha cesado de sonar con su pitido de ida y vuelta cada segundo, uuuiii-uuuooo, uuuiii-uuuooo,... Es horrible. Unos no hemos dormido por el ruido, otros no lo han hecho por el calor al cerrar las ventanas. Tan sólo 2 personas, que dicen haber estado hace unos días en el ambulatorio, declaran haber descansado bien. Tras una serie de averiguaciones realizadas durante el desayuno, creemos saber la zona desde donde procede el sonido, pero no tenemos pensado hacer nada más. El ruido es sólo eso: ruido.
En base a esta triple experiencia, me he puesto en contacto con una serie de antropólogos, filósofos y literatos, con quienes he intercambiado unas preguntas...
¿Dónde quedó nuestra capacidad simbólica? ¿Qué fue de nuestra apertura a "lo otro"? ¿No podemos acceder al significado profundo de las cosas? ¿Habrá muerto, como dicen, la metafísica?
Ante tanta pregunta y, sobre todo, ante tanto signo, prefiero dejarme de especulaciones inertes y proclamar, con el Principito, que lo esencial es invisible a los ojos.
Creo que tanto parpadeo nos invita a una respuesta: Yo, hoy mismo, cambiaré una bombilla.
Arriba, obra de Edvard Munch titulada "Mother's Death Bed".
Abajo, imagen de "El Principito", de Saint-Exupéry.
jajjajaa vaya paranoya jajajaja !! que tío!
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