Creyéndome el dueño del mundo, agarro una pluma que alguien me regaló inscribiendo en ella el nombre que al nacer me pusieron. Me siento en una silla que no podría fabricar, en una habitación que no sabría construir, y me pongo a escribir en un papel salido de un árbol que no planté, un papel que pondré en el contenedor de reciclado, desligándome de su proceso posterior. Y me llaman a un móvil que no sé por qué suena y, al avanzar en las palabras, me voy sintiendo menos dueño, más vulnerable. Y me desconcierta la idea de que los hombres y mujeres más cercanos al mundo, los más capaces de vivir en él, son precisamente los desheredados de todo, los que sobreviven dificilmente, los jodidos. Entonces, avergonzado, enciendo el ordenador y me declaro enfermo de palabrería y culpable de muchas cosas.
Es loco el viejo barbudo... De un tiempo a esta parte se volvió tan franco y libre que no tiene problema en llevarse con frecuencia a sí mismo la contraria, sin dejar por ello de pensar como piensa ni de hablar lo que dice, incluso aunque a veces, prefiriendo no pensar, simplemente calle. Yo quiero de mayor ser como él, viejo, barbudo, libre y loco. Y si no llego a mayor ni me curo de lampiño, me conformo con libre y loco, que cuerdos ya los hay muchos, y no existen locos presos. Los viejos con los años se liberan de todo... ...los libres parecen locos... ...y los locos, aunque mueran, jamás envejecen. ¿Cómo no desear la libertad de cumplir años? ¿Cómo huir de la locura del evangelio?
Esta entrada (especialmente el título)tuya me ha recordado un poco a la metamorfosis de Kafka. Saqué muchas cosas de ese libro. Pero más aun de esta "pequeña" reflexión. Me dice mucho de muchas cosas. Espero pueda tenerlas en cuenta en cada momento de mi vida.
ResponderEliminarUn abrazo! Gracias por compartir como siempre.
Me encantó!!!!! gracias por publicar estas reflexiones!
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