Cuentan las crónicas de la ciudad de Aracataca que hubo un tiempo desgraciado para aquellas gentes. Todo empezó cuando Diego Buendía consideró injustas las protestas de su hermano, quien, a pesar de su dudosa reputación, no dudo en publicar por toda la vecindad los tropiezos amorosos de Dieguito. El asunto se propagó tan rápido que algunos llegaron a pensar que era mentira. Pero no lo era.
Lo acontecido exigía una toma de postura. Algunos estaban con Saldívar, el mayor de los Buendía. Alegaban éstos que era necesario defender las antiguas tradiciones, combatiendo con severidad las resbaladizas actitudes de los insensatos. Otros se declararon desde el inicio comprensivos con Dieguito. Aunque nunca quedaron del todo claras las razones por las que lo hicieron, si eran muy explícitos en sus requerimientos. Exigían una intervención de la junta de gobierno. Exigían el reconocimiento público de la inocencia de Dieguito. Exigían -sobre todo- la condena a Saldívar. El motivo -precedente para la jurisprudencia del municipio- fue la incoherencia. "¡Cómo un tipo como él se había atrevido a abrir la boca!"
Saldívar fue condenado. Todos, en la plaza, contemplaron su ejecución. Marita, la esposa del bastero, propuso conservar la lengua del difunto como ejemplarizante recuerdo. Y así se hizo. Su lengua quedó expuesta en una bella vidriera, a la entrada de la ciudad, como signo distintivo de Aracataca.
La coherencia se convirtió de esta forma en el primer valor moral de la ciudad. Una ciudad que se volvió silenciosa. Rodeada de una atmósfera de permisividad cómplice. Una complicidad coherente y dañina. Una coherencia que, silenciosa, hizo crecer la inmoralidad, con un crecimiento vertiginoso, detenido tan sólo por la destrucción de Aracataca. No se salvaron las gentes. No se salvó la biblioteca. No se salvaron siquiera las crónicas.
No quiero vivir una coherencia nacida del miedo al error,
sino una coherencia integradora de todas mis verdades,
sino una coherencia integradora de todas mis verdades,
entre las cuales incluyo -las primeras de todas- mis mentiras.
Quizá sea la coherencia integradora la que nos sane del miedo al error. Supongo que a los científicos, matemáticos en este caso, os es más fácil la aceptación del "ensayo y error" constante que a los que somos de letras.
ResponderEliminarEn cualquier caso, el real deseo del deseo de la integradora coherencia desconozca los estilos cognitivos... ¡nos podemos salvar! Y también las bibliotecas. Y las crónicas. Salvados.