El pasado miércoles 21 de agosto tuve la oportunidad de deciros adiós, de concluir las 7 semanas en la Comunidad Terapéutica (CT) de Huétor Santillán (Granada). Y, al decir adiós, los sentimientos se hicieron presentes en mí permitiéndome intuir la importancia de lo vivido.
No me siento capaz –al menos todavía- de contaros esta experiencia con la claridad y unidad de quien cuenta una historia, con el orden temporal de una narración. Creo, por el contrario, que podré salvar esta dificultad ofreciéndoos algunas palabras desordenadas que –a modo de ráfaga- transmitan algo de lo que en estos días me ha afectado.
En primer lugar, la acogida de los usuarios de la CT me hizo fácil arrancar. Encontrar mi nombre el último de la lista me ayudó a colocarme como aprendiz, como alumno de personas que no están “tocadas de muerte”, sino tocadas de vida: tocadas en el corazón, tocadas por situaciones difíciles que han decidido mirar de frente, con tanta valentía como humildad.
He sido consciente en este tiempo de muchas de sus necesidades, que son las mías. La necesidad de ser claro con mi propia vida, de poner nombre a lo que vivo, de desenmascarar los sentimientos que andan ocultos tras ideas brillantes capaces de justificar mis errores, de comunicar lo que vivo –especialmente errores y vergüenzas-. Por último, la necesidad misma de saber que soy necesitado; que necesito pedir ayuda con la libertad de lo gratuito, pedir cariño a aquellos que están dispuestos a dármelo gratis.
En el día a día de la comunidad son muchas y muy buenas las herramientas que nos ayudan en el trabajo personal, que posibilitan la reinserción. La mejor, sin duda, es “poner la mano en el corazón”, sin miedo a que las lágrimas escapen, y comprometernos con el futuro que esperamos y que nos espera. En el corazón de cada uno de nosotros habitan las heridas que requieren sanación, los nombres de las personas que nos quieren –con todo lo que somos-, y los sueños que esperan hacerse realidad concreta: un trabajo digno del que no ser expulsado, una pareja con la que hablar más y mejor, unos niños a quienes llevar al Aquaola, o una televisión que mirar junto a mamá, que anda ya gastada por años y por achaques.
A pesar de quedar muchas cosas guardadas que podría contar, creo que es sabio detenerse a tiempo. Me despido agradecido a Manuel Mingorance, a Salvador, Elena, Rafa, Manuel y Mª Dolores. Todos me facilitaron realizar esta experiencia y he aprendido de ellos cómo el amor cuidadoso por los demás exige trabajo en equipo, exigencia y dedicación. Y, de modo especial, me despido de todos vosotros, usuarios de la CT. Me llevo como mayor regalo el haberme acercado de puntillas a retazos sagrados de vuestras vidas. Os digo adiós una vez más recordando que no me marcho con el deseo de recordaros ni de que me recordéis, sino con el deseo de una vida mejor para cada uno de vosotros, con la esperanza de que es posible, porque tenéis un corazón bueno, como he podido ver en estos días. ¡Estáis tocados de vida!
Que el Señor diga bien de todos vosotros.
Agradecido y alegre en la tristeza de una despedida:
Martín Areta cmf, misionero claretiano.
30 de agosto de 2013
+ INFO http://www.proyectohombregranada.org/
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