La emoción de las raices,
la tierra, la música y el mate,
la alegría de la historia andada;
La arena y las pisadas
de quienes nos precedieron,
y son ahora también polvo.
El clamor existencial que lloró
mi hermano Pedro con sonetos;
el corazón que se eleva y canta
a los vivos y a los muertos,
sabiendo que junto al dolor
y el hambre de los niños
descansan, sin dormir,
el sueño y la esperanza:
el grito penúltimo de Dios
que, habiendo querido nacer pobre,
nos trae un nuevo impulso hacia el desierto.
Es por esta emoción por la que callo,
es por ella que casi apenas digo,
es por ella que aún sueño,
por ella que vivo,
espero y amo.
Amén.
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