Esta tarde soñé con la realidad.
Las mujeres del barrio
conversaban cuando mi familia y yo nos acercábamos. Mi madre se detuvo a
saludar. Exclamaciones y “murmuros” era todo lo que percibía de su charla. Al
despedirse, un silencio. Nadie dijo nada más.
Tras un largo insistir, ya en
marcha, al fin mamá comenzó:
-Es el tipo del primero. El negro
grisáceo que llegó al portal hace varios años, cuando tú ya no vivías aquí.
Sacó una soga esta mañana –contó bajito, como con miedo a ser oída.
-¿Una qué? –pregunté.
-Una soga. Una soga por el
balcón. Sacó una soga por el balcón esta mañana.
-¿Pero se ha matado? ¿Pensaba matarse?
-No. Sólo sacó la soga. Quería
mostrar que se está muriendo. No trabajan, no tienen parientes, no tienen para
comer.
-¿No hacéis nada por él?
¿Dejaréis que muera? –Pensé. Pero, bien inserto en el realismo del sueño, no
dije nada. Entonces el silencio me despertó.
Si a menudo descubrimos al
despertar que los sueños son sueños, esta vez fue distinto. Yo, al despertar,
aun sabiendo que en el primero no vive ningún negro, supe que aquel negro se
moría, y callé como en el sueño, y entendí que la soga del balcón –la soga del
negro- era una soga social, la soga que atamos al cuello del mundo con nuestra
indiferencia y nuestro silencio.
Descansa en paz, amigo.
Una soga colgando de un balcón ¿no puede ser una invitación, para quien la vea, a "subir" y a "entrar"? Ciertamente.
ResponderEliminarAlguno se sentirá invitado a subir, entrar y robar.
Pero siempre habrá alguno que se sentirá invitado a subir, a entrar y a "ver".
Y ver será una nueva invitación a con-prender, con-pensar, con-sentir, con-padecer, a con-partir, a con-vivir.
A desatar la soga y bajar por la escalera al terreno, a la tierra. Para sembrar en ella granos de mostaza. Muchos, muchos granos de mostaza.