La vida está llena de paradojas, y creo que en el símbolo de la manzana se resume una bastante común. La paradoja de la manzana.
Mi nacimiento no fue tan peculiar como el de Gila (“mamá, que he nacido”). Algunos se alegraron, y la mayoría permaneció indiferente. Yo era muy distinto por aquel entonces (finales de los 80). No sufría por tener que levantarme temprano, y tampoco me gustaba quedarme trabajando de noche. No entendía a los filósofos. Ni siquiera sabía leer. Solamente entendía a mi abuela con sus expresiones de abuela: como ese sonoro “ajajayyyyy” acompañado de un rápido “qué-bonito-es” y de asfixiantes muestras de cariño. De hecho, tardé unos meses llegar saber qué era eso de “qué bonito es”.
Todo era muy sencillo en los primeros tiempos de mi vivir en la tierra. Yo no tenía dientes, pero tampoco me hacían falta. Todo lo que me daban era líquido. Primero leche y agua, después un rico batido de manzana y plátano.
Poco a poco la cabeza me fue creciendo. Yo no paraba de preguntar “¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?”, a lo que mis padres respondían con argumentos unas veces confusos y otras tan rotundos que aclaraban hasta las posibles dudas posteriores: “¡Porque sí, niño, y no preguntes más!”
Yo aprendía más y más. Me enseñaron que la manzana era una fruta y que servía de alimento, aunque a causa de mi torpeza y mi poco interés me seguían pelando las que comía.
En el colegio con mi familia |
En el colegio lo pasaba bien aunque mi hermano Juandi, con su rol de empollón, era el único que reconocía que se divertía. Llegaron las clases de lengua: “hoy, la letra Z: man-za-na”. Luego, dibujo. Esto no era lo mío. Aún recuerdo mi primer suspenso en 5º de primaria. ¿El trabajo que no supe hacer? Terminar de colorear de verde una manzana. Por último, las matemáticas, mis favoritas, éstas merecen un párrafo para ellas solas.
Ahora sí. Por último, las matemáticas, mis favoritas: “María tiene 3 manzanas y Juan posee 5 manzanas. ¿Cuántas manzanas tienen entre los dos? Y si María se come una y Juan pierde otra, ¿cuántas podrán comer cada uno si las comparten?” “8 y 3, seño. Pero ni veo manzana alguna ni me la comería si la hubiera porque mi abuelo me trae bollicaos”. “¡Muy bien, Martín! ¡Esto es abstracción! ¡Por eso no las ves! ¡No te hacen falta para solucionar los problemas!”
Pasaron los años. Los bollicaos seguían siendo bollicaos, pero todo lo demás había cambiado. Las manzanas dejaron de acompañar a los números. Los números pasaron a ser unas desconcertantes letras X. Las letras X empezaron a relacionarse. Ecuaciones. Álgebra. Integrales. Geometría. Cálculo Diferencial. Probabilidad. Topología.
Incluso yo no era el mismo. Entonces, ya con 19 años, empecé la Teología, para la cual era necesaria la Filosofía. La Lógica, la Metafísica, el arkhé, la substancia, el ser y no ser, la preexistencia, la nada. Y, cuando todos esos conceptos van ordenándose en mi cabeza (o cuando mi cabeza va descubriendo que dentro de sí tiene conceptos ordenados, o cuando..., o cuando…,), cuando todo eso pasa descubro que mi abuela ya no me entiende.
Y no sólo mi abuela. Aunque valdrá la redundancia, a otros muchos no les valen mis razones racionales. Podré demostrar con pieles de manzana a la señora del ajajayyyy que ya he tomado postre, pero ella seguirá diciendo que NUNCA tomo fruta.
Pensándolo bien, el problema no es que ellos no me entiendan a mí, sino que yo no les entiendo a ellos. Podré resolver muchos problemas sin usar ya las manzanas, reflexionar acerca de muchas cosas aparentemente elevadísimas, argumentar, probar, incluso tener razón y demostrar a los otros que ellos no. Pero no ayuda a una persona que es tratada injustamente saber que otros reciben más injusticias, cuando no es escuchada. No ayuda a un paciente ser curado si el doctor no le dirige siquiera un saludo. No ayuda a un pobre una moneda si nadie sabe cómo se llama. No ayuda al equivocado que le muestres su error si es solo una forma de imponer tu superioridad y su idiotez.
No podremos solucionar problemas si no recordamos que afectan a personas y que están llenos de manzanas concretas, a pesar de que en nuestra vida nos hayan enseñado a olvidarnos de ambas.
Fabuloso y emocionante fragmento de tu historia personal y de las fases de nuestra vida...,¡gran reflexión final! Sí, señor: "La paradoja de las manzanas". Un saludo! Te seguiré...
ResponderEliminarMe pregunto por qué se utiliza la manzana en el catecismo para los niños en aquellos días, o incluso hasta hoy.
ResponderEliminar¿Cuántas manzanas tienen entre los dos?
Gracias Pepillo. Si es que todas las vidas están llenas de paradojas. Tal vez vivir sea también ir encontrándolas y descubriendo qué nos dicen y a qué nos mueven. En la actualidad nos sobran experiencias pero nos falta aprender de ellas y dejar que nos muevan. (y yo el primero!)
ResponderEliminarY Louigi, no entiendo el sentido profundo capaz de subvertir la realidad de eso que escribes... pero supongo que estará adornado con algo cómico. xD.
Gracias hermano por recordarnos que no sobran manzanas, que faltan muchas por saborear, por compartir y por descubrir que ya sean verdes o rojas, se sumen o se coloreen... son manzanas.
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