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El último profeta

La excusa para la anterior entrada del blog fue la manzana. Desde ella reflexionaba sobre cómo nos enfrentamos a la vida y sobre lo que nos enseña la sociedad. Hoy, la táctica será el "pero", esa mágica palabra capaz de tender puentes entre bellas frases capaces de hacer vibrar al más insensible y feroces críticas que tambalean al mejor plantado.

Veamos. Tengo un amigo muy inteligente que estudia periodismo en Madrid, normalmente veo el telediario en casa después de comer, leo el periódico casi a diario e incluso llevo una pulserita de esas que puso de moda la periodista y novia del año 2010.

PEEEEEROOOO....

Pero lo reconozco, me indigno casi todos los días con las noticias, viendo cómo lo que llamamos telediario a menudo no pasa de ser televenta.
Me indigna el morboso trato que dan a muchos sucesos, sin olvidar cómo en Antena 3 a las 15:25 tiene lugar la "noticia picantona" (así la bautizaron en mi casa).
Me indigna que cada año repitan lo mismo, cambiando sólo el decorado (reyes magos y cincuentonas alocadas que hacen cola por el inicio de las rebajas en Enero; recomendaciones a sus padres para que no salgan de casa por alerta naranja ante la ola de calor de Julio; en Diciembre, los hijos que estrenan la ropa interior roja que fue comprada en las rebajas pasadas).
Me indigna que los presentadores, con ese cansino lenguaje de presuntas presunciones, nos digan a quien juzgar o salvar.
Me indigna que el recuerdo que nos queda de Haití es el de un bombero superhéroe. También que los malos, como los buenos, lo sean o dejen de serlo según convenga.
Me indigna que no se conformen con interpretar las noticias desde admisibles ideologías, sino que nos vendan ideología con forma de noticia.

Podría seguir, ni siquiera llegué a los deportes.

PEEEEEROOOO....

Pero no será así. Temo ser también también yo causa de indignación. Dirán: "¿y tú eras el que buscaba buenas noticias?". Y es que, aunque pueda llevarme el pesimismo, he encontrado alguna luz.



Por un lado me anima ver que no estoy solo. Ayer mismo Gabriel (estudiante claretiano), al ver un anuncio sobre el rizo de las pestañas en que aparecía una guapa mujer haciendo idioteces, alzó los brazos enfurecido y comenzó a hablar alto y claro, como los grandes profetas ya extinguidos. Se preguntaba: "¿es posible que veamos estos anuncios y nos quedemos igual? ¿os podéis creer que sigamos en el sillón sin decir nada ni mirar más allá? ¡Hay que hablar claro!"


Por otro me consuela ver cómo, a pesar de nuestras vidas con grandes pretensiones, aunque las sociedades cambien y con los años el vello deje la frente para unirse a la oreja, somos siempre necesitados de amor. Aunque los jóvenes lo busquemos presumiendo de logros y los ancianos de enfermedades. Pensé por unos instantes dejar de ver el tele-diario-venta, hasta que caí en la cuenta de que si lo hacía, no sólo dejaría de recordar que necesitamos unas pestañas perfectas, un brillo al instante, una limpieza total, un traje nuevo, bifidus activo o calzoncillos rojos. También olvidaría que somos necesitados, pobres, abiertos...

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