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Mostrando entradas de 2014

La ciudad mezclada (Tánger, 8 de diciembre)

Cuando cierro mis ojos veo los suyos abiertos. Recordando, recuerdo las calles de la ciudad mezclada, y ellos aparecen cerca. A menudo de frente, chapurreando palabras que piden unas monedas y gritan la pregunta por la dignidad. A veces también de lado, jugando a decir sus nombres mientras se esconden y asustan con bromas. Pero siempre en el margen, en el costado, en la casa de cartón donde viven los niños que en el mundo están a la cola. A menudo de frente, a veces también de lado, pero siempre en el margen, en el costado, en la acera fría donde esnifan pegamento los que son llamados por todos “los niños de la cola”.   Tánger. 8 de Diciembre

A los locos de la historia

Breve homenaje a los locos de todo tiempo. Aquellos que se excedieron en el pensar y en el sentir. Hombres y mujeres que, yendo más allá de los patrones sociales, fueron capaces de cantar la vida y crear así las más bellas historias, llenas de música, colorido y silencio: Sueño con escuchar la más suave imagen jamás cantada. Mientras alguien se decide a dibujar su melodía y a gustar sus letras, empleo mi tiempo en oler en silencio los colores que irradia.

Madre sin serlo. Fotografía de un instante

Mi corazón y mis ojos se alegran al ver su rostro. Isabel, sentada pero en pie, alegre y en camino. Las manos sobre su vientre, y en su vientre, Antonio, pequeño juguetón de 7 meses. ¡Cuánto bien se hace con tan sólo estar enamorada! ¡Cuánta sensibilidad y ternura en las lágrimas de una mujer, en el llanto de una madre que lo es ya, sin serlo! La vida tiene tanto que ofrecerte, mujer: tantas canciones, tantos cuentos, tantos pañales, tantas lágrimas que te quedan por vivir, mujer, madre sin serlo. Agradezco a la vida tu mirada agradecida, y lleno con tu seno enternecido, clamo y canto a Dios por ti, y por tu Antonio. ¡Gracias! En Tamaraceite, Gran Canaria. Un amigo, Martín cmf

Un mundo bicolor

La frontera entre lo posible y lo ilusorio es demasiado difusa a los ojos de los niños. Así lo fue también para mí los primeros años de camino. Me recuerdo pequeño, con la curiosidad que busca el cielo, sin el soporte del pasado ni la responsabilidad ante un futuro por construir. Me recuerdo valiente, queriendo soltar la mano de mi abuelo, deseando pisar solo aquella calle que conducía al ambulatorio. Me recuerdo ingenuo ante las bromas de los mayores, quienes trataban de hacerme comprender que el televisor en blanco y negro no era el reflejo de un mundo bicolor, sino sólo un déficit cromático, una insuficiencia tecnológica, un paso intermedio en el proceso comunicativo. Aquella historieta de infancia me permite situarme en el tiempo presente, cargado de contrastes y discursos poco dialogantes, de corrupción, cerrazón y miedo, de radicalización ideológica y confusión generalizada. Aunque a muchos nos cueste comprender, el mundo real tiene y tendrá siempre muchos más

Cinco minutos

Era viernes. Había pasado el recreo y los alumnos estaban en el aula. Abusando de la confianza de un aspirante a maestro, irrumpimos en un aula de primaria. Los niños –todavía de pocos años- permanecían en un silencio sorprendido. Sus ojos jugaban con sólo contemplar la presencia de aquellos extraños. Durante el breve diálogo que mantuvimos, mis ojos también jugaban al descubrir sus cuerpos pequeños y sus sonrisas. Cinco minutos entrañables. Cinco minutos que ellos pronto olvidarán. Cinco minutos que me hacen recordar el vacío de todo aquello que ya olvidé, pero que sin duda mereció la pena. Gracias a esos niños, hoy temo un poco menos al olvido y a la muerte, pues ahora sé que vivir es cargar con el recuerdo de los otros, y que morir no es sino dejar a otros recordar nuestros olvidos.