Los famosos, con el noble fin de
ayudar a los que sufren, escriben y venden libros, ruedan y distribuyen documentales
autobiográficos en los que expresan las dificultades que, también ellos,
padecieron cuando eran homosexuales en lo secreto, golpeados en el patio por su
obesidad, objetos de burla por su nariz aguileña, o miembros de una familia
patriarcal, violenta y rota en un contexto suburbial. Sin duda, su ejemplo
puede ser un estímulo. Ojalá lo sea.
Cada cierto tiempo alguien me dice: Martín, ¿ya no publicas lo que escribes, o es que has dejado de escribir? No tengo respuesta. O sí. A veces uno tiene necesidad de vivir, y a veces de pensar lo vivido. Y este tiempo, quizá, he estado ocupado. O perdido. O enfocado. O distraído. Qué más da. Hoy escribo para ti, así que prefiero no desvelarte lo que es mío. Necesito que antes recuperemos la confianza. Han pasado dos años. Dos años desde la última vez. Enero de 2020. Y me enfrento a ti, lector, y a mí mismo, con el pudor de dos antiguos amigos que, compartiendo mesa en la boda de un pariente lejano, se observan, como tratando de descifrar los restos de un pasado compartido, las marcas de tropezones en la cancha, pedradas en el parque, estrellas en el alma. -¿En serio eres tú?- nos preguntamos sin apenas decir. Todo ha cambiado. Todos hemos cambiado. Te miro, mientras suena la música. Te miro y no sé quién soy. -¿Qué tal te fue la guerra? -pregunto. Poco después me arrepien...
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