Cuentan que no hubo otro como él. Era amante de la verdad objetiva. Mentía por miedo a que sus verdades fueran incomprendidas o rechazadas. Y, sobre todo, dudaba.
Pasó la vida dudando. Siempre dudaba y dudaba de todo. Dudaba del maestro y de los libros, de la prensa y la radio. Dudaba de las historias de su abuelo y de los frutos de temporada.
Unos jóvenes le preguntaron con sorna si no dudaba del suelo que le sostenía; él reflexionó detenido, y desde aquel día lo vieron caminar prudente y despacito.
Por dudar, dudó hasta de su propia muerte, y algunos testigos confirman -no hay lugar a duda- que siguió respirando tras el último aliento. Justo hasta que los médicos que le habían dado por muerto decidieron darle de nuevo por vivo. Entonces, victorioso y vivo, se marchó con orgullo sobre sus torpes pasos.
El menor de sus hijos recogió el testigo de la duda. Sin embargo, los años pasan y él no parece mostrarse tan hábil. Duda de muchas cosas, es verdad, pero aún no ha podido dudar de que aquel hombre único, su padre, les amaba profundamente.
realmente,envidio con mi mas absoluta sinceridad,a quienes pueden prosear, escribir pequeños y/o cortos relatos, maravillosos!!!
ResponderEliminarmuchas gracias
un abrazo fraterno
lidia-la escriba
www.nuncajamashablamos.blogspot.com.ar
Está bueno. Dudar menos del amor es la esperanza. Un abrazo. Juan Carlos cmf
ResponderEliminarMuchas gracias por vuestros comentarios Lidia y Juan Carlos!
ResponderEliminarUn abrazo!