A veces, después del día, se queda uno pensando. Aciertos y dolores, daño y exigencia, empatía y extrañeza, miedos e ilusión... Y ante el desconcierto resultante resulta necesario -casi imprescindible- detenerse, escuchar y poner orden. Comprometerse hoy para seguir viviendo mañana. Comprometerse con la realidad, con la vida, con la verdad profunda, con los otros.
El compromiso con la realidad exige de nosotros discernir, buscar líneas de actuación, y actuar.
El compromiso con la vida de la gente exige de nosotros mirar, acompañar sus procesos, y decir.
El compromiso con la verdad exige hablar claro, a voces o bajito, a pesar del miedo a no gustar.
Vivir el compromiso supone asumir el sentido de culpa más paradójico, el que va unido a la certeza de que hicimos lo correcto.
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