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Ausencias disfrazadas



Tenía 18 años, tal vez 19. Apenas sus amigas abandonaron el vagón ella se convirtió en el centro. Los cuatro compañeros de clase parecían estar a sus pies, a sus piernas, a su cuerpo; atrapados por el desvelamiento progresivo de sus secretos amatorios, seducidos por sus últimas fotos compartidas, convertidos en competidores esperanzados en la victoria nocturna, en la derrota ajena.

Ella, en realidad, no buscaba sexo. Sólo mendigaba algo de afecto, un gesto, un abrazo, una caricia...

Ellos, en el fondo, eran víctimas del mismo engaño, de la misma carencia, la soledad misma.

Yo, en el asiento de al lado, incapaz de no escuchar sus gritos y sus alardes, no pude sino sentirme cercano a sus ausencias disfrazadas.

Mientras, sus padres, ajenos a casi todo; y el viejo de enfrente negando con la cabeza, como queriendo abandonar la escena y huir hacia las sombras idealizadas de su pasado...

Todos parecen vagar solos por los vagones, y pocos saben adónde van...

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